CASA DE LOS SUEÑOS
La
extensión de pasto que había frente a la Biblioteca de Universidad de
Concepción a finales de los años 80’s, era de un tamaño parecido a dos canchas
de fútbol a lo largo, y un poco menos de un ancho, estaba bordeada por una
hilera de árboles bellos y añosos, que en verano eran de un verdor oscuro potente,
y en otoño manchaban de tonos amarillos, café y oro el paisaje de esa zona de
la universidad. Una alfombra de pasto muy bien mantenida, no por el cuidado extremo
de los jardineros si no por el clima de la cuidad, perfecto para el colchón
verdoso. En un extremo de esa larga extensión estaba la biblioteca, un inmenso edificio
que semejaba una caja llena de pequeñas ventanas que hacían suponer que el
edificio tenía más pisos de los que realmente existían dentro, era un nido de
estudiantes que no dejaban tener una sola oportunidad de conseguir el libro
indicado para la materia de 1er año. Por
el otro lado estaba el Foro, un anfiteatro de cemento, con un espejo de agua
ubicado en la planta más baja, que hacía de telón de fondo de una explanada
inferior, un escenario tosco como sacado de un libro de ruinas de
civilizaciones antiguas, después venían unas escaleras amplias que subían hasta
una explanada superior y bajaban por la cara contraria, en unas más empinadas
escaleras pétreas, terminando en un descanso menor, que servía de escenario
para convocatorias más pequeñas, espectáculos, reuniones y asambleas de
cualquier orden. En este lugar de diario, se hacía difícil dejar de echarse a
dormitar junto a muchos extraños compañeros en días cálidos, cuando el sol temperaba
el ambiente, secaba las escaleras grises y no calaba esa brisa marina helada
característica, o la nubes no nos mojaban con la llovizna fría de la región, que
era lo más habitual.
De
día estas zonas estaban llenas de cabros y chiquillas, la mitad apresurados
hacía las aulas, la otra mitad relajada
paseando, discutiendo y disfrutando el tiempo entre facultades. Cuando la tarde caía y nos alcazaba la noche, quedábamos
sólo los que hacíamos del barrio universitario nuestro campo de batalla, los
que vivíamos en una pequeña fiesta interminable, los que buscábamos un poco más,
y algo distinto, algo más que la instrucción de la academia. Buscábamos darnos cuenta donde estábamos y que
podíamos llegar a encontrar, descubríamos cada día lo que la perra dictadura se
esmeraba en escondernos: verdad, información, música, política, literatura,
cine, arte, diversión, compromiso, fuerza, conocimiento. Se nos aparecía cada
día y cada noche una visión oculta donde emergían distintos e impresionantes
caminos que podías abrazar y que nunca te dejarían retroceder. Caminos solamente
de ida que dentro de todo nosotros disfrutábamos, porque tenían la condición
más atractiva, eran caminos nuevos.
Esa
noche Marcel dijo que sentía ganas de volar, y se echó a correr por el pasto
con los brazos abiertos semejando un aeroplano, corrió por toda la extensión bajo
un cielo negro sin luna, haciendo grandes zig zag en su frenética carrera, fue
de un extremo a otro de la alfombra negra y dio la vuelta enfilando nuevamente
hasta donde estábamos
- - creo que volé
- - yo también creo que volaste – le dije feliz de
coincidir
Nunca
supe qué tipo de pastillas ingeríamos de vez en cuando y de donde salían.
Bebíamos varias botellas de cerveza, las que pudiéramos comprar, y esa noche no
había sido la excepción. Todos vimos
que Marcel emprendió un vuelo rasante a través de la extensión verde oscura, un
vuelo directo, desafiante y sin vacilaciones. Un vuelo perfecto.
Éramos
un grupo de entre 4 hasta 8 en algunas ocasiones, esa noche nos juntamos 5. Algunos
integraban diferentes y nuevos grupos rock de Concepción, que formaban un
movimiento entusiasta y comprometido, que frecuentemente tenían tocatas a las
que nosotros asistíamos sin distinción, donde fuera y cualquiera fuera el
cartel de grupos.
Después
de vaciar las botellas partimos hacia la Plaza Perú a cambiar las tapas de
cervezas por cervezas llenas, esa noche particularmente fuimos muy afortunados
con esa promoción que nos llegaba caída del cielo. En los bancos de la plaza seguimos tomando
haciendo la hora para emprender camino hacia nuestro destino de turno, calle
Maipú con Arturo Prat, sede de un sindicato donde sería la tocata esa noche.
Había
un movimiento intenso y muy subterráneo donde varios grupos rock tocaban cada
semana en distintos espacios dentro y fuera de la ciudad. De allí surgió fuerte
una seguidilla de grupos que hasta hoy en día tienen figuración nacional y también
otros menos conocidos. Movimiento que en ningún caso se puede obviar, ya que
fueron la raíz de un tronco desde donde creció una robusta corriente musical en
Chile.
Estuvimos
conversando, cantando y bailando cada
uno su propia música en la mente cerca de los escaños de la plaza, y un poco
más borrachos y aperados con otras botellas en promoción, emprendimos la
caminata por calles paralelas a las principales, calles mal iluminadas, con comercios
cerrados, en ningún caso barrios de vida nocturna, en definitiva no se
encontraba nada en esas calles tristes, ni siquiera gente caminaba a esas horas,
con veredas mal pavimentadas y no pocos hoyos donde pudieras caer en el
camino.
Tito
se retrasó para vomitar en el camino y yo lo esperé separándonos del grupo, cuando
vimos aproximarse una cuca, pusimos nuestra mejor postura para que los pacos no
sospecharan nuestro estado, pero no dio resultado, uno de los pacos bajó, y la
patrulla siguió en busca del otro grupo que corrió doblando la esquina, la cuca
regresó buscando al que había quedado con nosotros
-
¿que andan haciendo cabros culiaos?!! Pasen las botellas!!
Nos
quitaron las botellas y nos tiraron a la pared con los brazos arriba para
registrarnos, unas patadas en las canillas para que abriéramos las piernas,
empujones, palmazos en la cabeza y una revisión. Nos dejaron prometiendo que
nos llevarían si nos volvían a encontrar en la calle después de dar una vuelta.
Así que caminamos lo más rápido que pudimos en dirección al sindicato donde
prometía la tocata, con la curadera espantada por el encuentro cercano del
verde tipo. Más allá disminuimos el tranco y comenzamos a reírnos de la
escapada, vociferando los correspondientes insultos para los pacos
conchesumadres.
En
eso llegamos al sindicato, hicimos las lucas para la entrada que pedían, y
avanzamos por un pasillo oscuro con apenas una ampolleta que alumbraba lo
mínimo, sin lámpara y con el cable pelado, luego llegamos al pequeño salón
donde a oscuras se movían unas 50
personas y el aire se tornaba irrespirable con los puchos encendidos, lo que no
significaba ninguna condición adversa para estar en el lugar. Solo las luces
blancas que iluminaban desde la estrecha tarima daban un poco de luz para el
salón, prendimos un cigarro compartido y se nos acercaron los cabros de nuestro
grupo, habían escapado fácilmente y llegado un poco antes al sindicato,
contamos lo sucedido y fuimos el blanco de tallas y comentarios por algunos
momentos, alguien ofreció un pito y salimos a una especie de patio interior
donde habían otros fumando también, ahí nos encontramos con otros grupos amigos
los cuales también eran habituales de
estos encuentros.
Estas
tocatas se realizaban organizadas por los mismo grupos de rock como un espacio
para poder tocar, sino, no habían donde hacerlo, generalmente se juntaban
grupos como Machuca, Los 4 Amigos del Doctor, Los Angeles Subterráneos, Los
Tres, La Casa de los Sueños, Emociones Clandestinas, Santos, etc. era habitual
que los grupos intercambiaran integrantes o que algunos tocaran en más de una
banda, lo que le daba un toque de solidaridad y fortalecía las relaciones de
todo el movimiento. Esa noche estaban los Emociones, La Casa de los Sueños y
Machuca, ya estaba probando las guitarras, procedimiento que era un culo ya que
demoraba mucho más tiempo del que uno quisiera y que finalmente dejaba los
instrumentos sonando igual que como al principio. Las guitarras y bajo eran
casi todas compartidas, para que decir de la batería que era una sola. Ya conocíamos las canciones
de todos los grupos y era un lujo estar en estas tocatas donde sentías que
estabas asistiendo a un momento importante de la historia del rock chileno, donde
creías que forjabas algo importante y que vivías de verdad más intensamente que
cualquiera.
Volvimos
al salón y nos entregamos a escuchar y bailar la música cruda que te machucaba
el pecho y la cabeza, al borde de la tarima donde tocaban, a un metro de
distancia de los parlantes, gritando las letras que a menudo no se entendían nada
por la mala amplificación, pero el ruido lo era todo, la fuerza de la
interpretación, el cuento creído en cada uno de esos cabros chicos que entregaban
su pasión venciendo el temor a la autoridad y venciendo al ridículo que pudiera
parecer lo que practicaban. Era fascinante y hermoso para una mente que absorbe
todo, que está ávida de conocimiento nuevo.
Partimos
en un éxtasis musical y alcohólico, un baile frenético con intervalos de
quietud para admirar de cerca la interpretación de mis amigos, como dentro de un
video en el cual estuvieras metido, un espectáculo en vivo de los mejores.
Jorge
se acerca a mi lado para ver el escenario, una canción con un final
grandilocuente de punk rock donde Claudio toca el bajo, le pega a las cuerdas
en forma impetuosa y desordenada finalizando el tema, la uñeta con la que toca salta
de su mano, vuela en el aire como en cámara lenta confundida en la oscuridad y
cae delante de nosotros, Jorge me mira, piensa un segundo, al segundo siguiente
estira la mano y toma la uñeta al tiempo que Claudio lo ve. Gritos aplausos
chiflidos pifias insultos. Va la próxima canción y Claudio estira su mano para
que Jorge le entregue su uñeta, Jorge lo mira inmóvil. No se la entrega, cree
que no lo ha visto tomarla, Claudio insiste con la mano y Jorge sigue inmóvil,
Claudio se saca la correa, suelta el bajo que cae planchado al suelo y da un
sonido seco y hermoso, un gong que alerta a todos en el salón. La uñeta es una excusa. Claudio salta desde
la tarima hacia nosotros, roza mi cara al saltar y cae sobre Jorge en un paquete
que se revuelca como en lucha libre. Veo el bajo tirado y veo a Tito y Simón
que arrugan la cara con risa y decepción, quieren tocar, saltó al escenario y
me cuelgo el bajo, Tito y después Simón me miran y comienzan a tocar, yo pulso
el bajo, le pego a las cuerdas y llevo el ritmo sin saber que estoy tocando, el
público capta la pelea y la música comienza a sonar firme y distorsionada,
desafinada… bailan, gritan, cantan y vitorean el tema y la pelea por
igual. Claudio se percata que estamos
tocando y se separa de Jorge, trata de subir a la tarima a quitarme el instrumento
para continuar tocando él, pero lo detengo con el pie, lo empujo dos veces y
los demás lo toman para no dejarlo subir, Claudio me mira y se ríe, disfruta de
la interpretación sin la notas que corresponden y que hace que el tema se una masa
de ruido que a todos gusta en ese momento. Jorge se acerca a Claudio y le
entrega la uñeta. Claudio está empeñado
en subir a quitarme el bajo, salta hacia la tarima, poniendo un pie en el
borde, instintivamente subo el pie y lo
rechazo de una patada en el pecho, Claudio salta hacia atrás y lo veo caer seco
de espaldas golpeándose la cabeza en el suelo, todos saltan y bailan a su
alrededor, gritan por la música y la escena, Claudio no se mueve, la canción
casi termina, sigo mirando a Claudio y golpeando las cuerdas del bajo, no se
mueve, me invade la angustia por mi compañero y al mismo tiempo el fervor de
estar tocando con toda la sala bailando, la canción llega a su final, en el
remate me descuelgo el bajo y este cae nuevamente, suena el golpe seco y
profundo por los parlantes, todos gritan, silban y me lanzo abajo a ver a
Claudio.
…
La
Urgencia del hospital regional, con Claudio con la cabeza partida y muchos
funcionarios güeveandonos, creo que más por nuestro aspecto que por lo
sucedido. El parche en la cabeza y el corte de pelo a la rápida que le
hicieron, le daba a Claudio una pinta más punk de lo que tenía, estaba contento
de su pinta, de su pelo rojo y de su hazaña, era feliz porque la historia de la
patada desde el escenario y su caída no se olvidarían fácilmente.
Caminamos
desde el hospital a la universidad por calle Chacabuco con frío y la decepción de
no haber visto el final de la tocata, apareció una mitad de botella de pisco
que tomamos mientras caminábamos, entramos a la universidad por el arco de
medicina, pasamos el foro por las escaleras hacia arriba y hacia abajo,
seguimos camino por el pasto en dirección a las escaleras del Tecnológico Mecánico,
unas escaleras externas por las que podíamos llegar a la azotea del edificio,
lugar solitario donde podías pasar largo tiempo si no llegaban los guardias a sacarte.
En ese refugio nos alcanzó el amanecer, cuando el frío calaba los huesos y el
pisco quemaba la garganta.
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