lunes, agosto 26, 2019



CASA DE LOS SUEÑOS

La extensión de pasto que había frente a la Biblioteca de Universidad de Concepción a finales de los años 80’s, era de un tamaño parecido a dos canchas de fútbol a lo largo, y un poco menos de un ancho, estaba bordeada por una hilera de árboles bellos y añosos, que en verano eran de un verdor oscuro potente, y en otoño manchaban de tonos amarillos, café y oro el paisaje de esa zona de la universidad. Una alfombra de pasto muy bien mantenida, no por el cuidado extremo de los jardineros si no por el clima de la cuidad, perfecto para el colchón verdoso. En un extremo de esa larga extensión estaba la biblioteca, un inmenso edificio que semejaba una caja llena de pequeñas ventanas que hacían suponer que el edificio tenía más pisos de los que realmente existían dentro, era un nido de estudiantes que no dejaban tener una sola oportunidad de conseguir el libro indicado para la materia de 1er año.  Por el otro lado estaba el Foro, un anfiteatro de cemento, con un espejo de agua ubicado en la planta más baja, que hacía de telón de fondo de una explanada inferior, un escenario tosco como sacado de un libro de ruinas de civilizaciones antiguas, después venían unas escaleras amplias que subían hasta una explanada superior y bajaban por la cara contraria, en unas más empinadas escaleras pétreas, terminando en un descanso menor, que servía de escenario para convocatorias más pequeñas, espectáculos, reuniones y asambleas de cualquier orden. En este lugar de diario, se hacía difícil dejar de echarse a dormitar junto a muchos extraños compañeros en días cálidos, cuando el sol temperaba el ambiente, secaba las escaleras grises y no calaba esa brisa marina helada característica, o la nubes no nos mojaban con la llovizna fría de la región, que era lo más habitual. 
De día estas zonas estaban llenas de cabros y chiquillas, la mitad apresurados hacía las aulas, la otra mitad relajada paseando, discutiendo y disfrutando el tiempo entre facultades.  Cuando la tarde caía y nos alcazaba la noche, quedábamos sólo los que hacíamos del barrio universitario nuestro campo de batalla, los que vivíamos en una pequeña fiesta interminable, los que buscábamos un poco más, y algo distinto, algo más que la instrucción de la academia.  Buscábamos darnos cuenta donde estábamos y que podíamos llegar a encontrar, descubríamos cada día lo que la perra dictadura se esmeraba en escondernos: verdad, información, música, política, literatura, cine, arte, diversión, compromiso, fuerza, conocimiento. Se nos aparecía cada día y cada noche una visión oculta donde emergían distintos e impresionantes caminos que podías abrazar y que nunca te dejarían retroceder. Caminos solamente de ida que dentro de todo nosotros disfrutábamos, porque tenían la condición más atractiva, eran caminos nuevos.
Esa noche Marcel dijo que sentía ganas de volar, y se echó a correr por el pasto con los brazos abiertos semejando un aeroplano, corrió por toda la extensión bajo un cielo negro sin luna, haciendo grandes zig zag en su frenética carrera, fue de un extremo a otro de la alfombra negra y dio la vuelta enfilando nuevamente hasta donde estábamos

-          - creo que volé
-          - yo también creo que volaste – le dije feliz de coincidir


Nunca supe qué tipo de pastillas ingeríamos de vez en cuando y de donde salían. Bebíamos varias botellas de cerveza, las que pudiéramos comprar, y esa noche no había sido la excepción.   Todos vimos que Marcel emprendió un vuelo rasante a través de la extensión verde oscura, un vuelo directo,  desafiante  y sin vacilaciones. Un vuelo perfecto.   
Éramos un grupo de entre 4 hasta 8 en algunas ocasiones, esa noche nos juntamos 5. Algunos integraban diferentes y nuevos grupos rock de Concepción, que formaban un movimiento entusiasta y comprometido, que frecuentemente tenían tocatas a las que nosotros asistíamos sin distinción, donde fuera y cualquiera fuera el cartel de grupos.
Después de vaciar las botellas partimos hacia la Plaza Perú a cambiar las tapas de cervezas por cervezas llenas, esa noche particularmente fuimos muy afortunados con esa promoción que nos llegaba caída del cielo.  En los bancos de la plaza seguimos tomando haciendo la hora para emprender camino hacia nuestro destino de turno, calle Maipú con Arturo Prat, sede de un sindicato donde sería la tocata esa noche.
Había un movimiento intenso y muy subterráneo donde varios grupos rock tocaban cada semana en distintos espacios dentro y fuera de la ciudad. De allí surgió fuerte una seguidilla de grupos que hasta hoy en día tienen figuración nacional y también otros menos conocidos. Movimiento que en ningún caso se puede obviar, ya que fueron la raíz de un tronco desde donde creció una robusta corriente musical en Chile.
Estuvimos conversando, cantando y  bailando cada uno su propia música en la mente cerca de los escaños de la plaza, y un poco más borrachos y aperados con otras botellas en promoción, emprendimos la caminata por calles paralelas a las principales, calles mal iluminadas, con comercios cerrados, en ningún caso barrios de vida nocturna, en definitiva no se encontraba nada en esas calles tristes, ni siquiera gente caminaba a esas horas, con veredas mal pavimentadas y no pocos hoyos donde pudieras caer en el camino.    
Tito se retrasó para vomitar en el camino y yo lo esperé separándonos del grupo, cuando vimos aproximarse una cuca, pusimos nuestra mejor postura para que los pacos no sospecharan nuestro estado, pero no dio resultado, uno de los pacos bajó, y la patrulla siguió en busca del otro grupo que corrió doblando la esquina, la cuca regresó buscando al que había quedado con nosotros
-          ¿que andan haciendo cabros culiaos?!!  Pasen las botellas!!
Nos quitaron las botellas y nos tiraron a la pared con los brazos arriba para registrarnos, unas patadas en las canillas para que abriéramos las piernas, empujones, palmazos en la cabeza y una revisión. Nos dejaron prometiendo que nos llevarían si nos volvían a encontrar en la calle después de dar una vuelta. Así que caminamos lo más rápido que pudimos en dirección al sindicato donde prometía la tocata, con la curadera espantada por el encuentro cercano del verde tipo. Más allá disminuimos el tranco y comenzamos a reírnos de la escapada, vociferando los correspondientes insultos para los pacos conchesumadres.
En eso llegamos al sindicato, hicimos las lucas para la entrada que pedían, y avanzamos por un pasillo oscuro con apenas una ampolleta que alumbraba lo mínimo, sin lámpara y con el cable pelado, luego llegamos al pequeño salón donde a oscuras  se movían unas 50 personas y el aire se tornaba irrespirable con los puchos encendidos, lo que no significaba ninguna condición adversa para estar en el lugar. Solo las luces blancas que iluminaban desde la estrecha tarima daban un poco de luz para el salón, prendimos un cigarro compartido y se nos acercaron los cabros de nuestro grupo, habían escapado fácilmente y llegado un poco antes al sindicato, contamos lo sucedido y fuimos el blanco de tallas y comentarios por algunos momentos, alguien ofreció un pito y salimos a una especie de patio interior donde habían otros fumando también, ahí nos encontramos con otros grupos amigos los cuales también eran  habituales de estos encuentros.
Estas tocatas se realizaban organizadas por los mismo grupos de rock como un espacio para poder tocar, sino, no habían donde hacerlo, generalmente se juntaban grupos como Machuca, Los 4 Amigos del Doctor, Los Angeles Subterráneos, Los Tres, La Casa de los Sueños, Emociones Clandestinas, Santos, etc. era habitual que los grupos intercambiaran integrantes o que algunos tocaran en más de una banda, lo que le daba un toque de solidaridad y fortalecía las relaciones de todo el movimiento. Esa noche estaban los Emociones, La Casa de los Sueños y Machuca, ya estaba probando las guitarras, procedimiento que era un culo ya que demoraba mucho más tiempo del que uno quisiera y que finalmente dejaba los instrumentos sonando igual que como al principio. Las guitarras y bajo eran casi todas compartidas, para que decir de la batería  que era una sola. Ya conocíamos las canciones de todos los grupos y era un lujo estar en estas tocatas donde sentías que estabas asistiendo a un momento importante de la historia del rock chileno, donde creías que forjabas algo importante y que vivías de verdad más intensamente que cualquiera.
Volvimos al salón y nos entregamos a escuchar y bailar la música cruda que te machucaba el pecho y la cabeza, al borde de la tarima donde tocaban, a un metro de distancia de los parlantes, gritando las letras que a menudo no se entendían nada por la mala amplificación, pero el ruido lo era todo, la fuerza de la interpretación, el cuento creído en cada uno de esos cabros chicos que entregaban su pasión venciendo el temor a la autoridad y venciendo al ridículo que pudiera parecer lo que practicaban. Era fascinante y hermoso para una mente que absorbe todo, que está ávida de conocimiento nuevo.
Partimos en un éxtasis musical y alcohólico, un baile frenético con intervalos de quietud para admirar de cerca la interpretación de mis amigos, como dentro de un video en el cual estuvieras metido, un espectáculo en vivo de los mejores.
Jorge se acerca a mi lado para ver el escenario, una canción con un final grandilocuente de punk rock donde Claudio toca el bajo, le pega a las cuerdas en forma impetuosa y desordenada finalizando el tema, la uñeta con la que toca salta de su mano, vuela en el aire como en cámara lenta confundida en la oscuridad y cae delante de nosotros, Jorge me mira, piensa un segundo, al segundo siguiente estira la mano y toma la uñeta al tiempo que Claudio lo ve. Gritos aplausos chiflidos pifias insultos. Va la próxima canción y Claudio estira su mano para que Jorge le entregue su uñeta, Jorge lo mira inmóvil. No se la entrega, cree que no lo ha visto tomarla, Claudio insiste con la mano y Jorge sigue inmóvil, Claudio se saca la correa, suelta el bajo que cae planchado al suelo y da un sonido seco y hermoso, un gong que alerta a todos en el salón.  La uñeta es una excusa. Claudio salta desde la tarima hacia nosotros, roza mi cara al saltar y cae sobre Jorge en un paquete que se revuelca como en lucha libre. Veo el bajo tirado y veo a Tito y Simón que arrugan la cara con risa y decepción, quieren tocar, saltó al escenario y me cuelgo el bajo, Tito y después Simón me miran y comienzan a tocar, yo pulso el bajo, le pego a las cuerdas y llevo el ritmo sin saber que estoy tocando, el público capta la pelea y la música comienza a sonar firme y distorsionada, desafinada… bailan, gritan, cantan y vitorean el tema y la pelea por igual.  Claudio se percata que estamos tocando y se separa de Jorge, trata de subir a la tarima a quitarme el instrumento para continuar tocando él, pero lo detengo con el pie, lo empujo dos veces y los demás lo toman para no dejarlo subir, Claudio me mira y se ríe, disfruta de la interpretación sin la notas que corresponden y que hace que el tema se una masa de ruido que a todos gusta en ese momento. Jorge se acerca a Claudio y le entrega la uñeta.  Claudio está empeñado en subir a quitarme el bajo, salta hacia la tarima, poniendo un pie en el borde,  instintivamente subo el pie y lo rechazo de una patada en el pecho, Claudio salta hacia atrás y lo veo caer seco de espaldas golpeándose la cabeza en el suelo, todos saltan y bailan a su alrededor, gritan por la música y la escena, Claudio no se mueve, la canción casi termina, sigo mirando a Claudio y golpeando las cuerdas del bajo, no se mueve, me invade la angustia por mi compañero y al mismo tiempo el fervor de estar tocando con toda la sala bailando, la canción llega a su final, en el remate me descuelgo el bajo y este cae nuevamente, suena el golpe seco y profundo por los parlantes, todos gritan, silban y me lanzo abajo a ver a Claudio.
La Urgencia del hospital regional, con Claudio con la cabeza partida y muchos funcionarios güeveandonos, creo que más por nuestro aspecto que por lo sucedido. El parche en la cabeza y el corte de pelo a la rápida que le hicieron, le daba a Claudio una pinta más punk de lo que tenía, estaba contento de su pinta, de su pelo rojo y de su hazaña, era feliz porque la historia de la patada desde el escenario y su caída no se olvidarían fácilmente.
Caminamos desde el hospital a la universidad por calle Chacabuco con frío y la decepción de no haber visto el final de la tocata, apareció una mitad de botella de pisco que tomamos mientras caminábamos, entramos a la universidad por el arco de medicina, pasamos el foro por las escaleras hacia arriba y hacia abajo, seguimos camino por el pasto en dirección a las escaleras del Tecnológico Mecánico, unas escaleras externas por las que podíamos llegar a la azotea del edificio, lugar solitario donde podías pasar largo tiempo si no llegaban los guardias a sacarte. En ese refugio nos alcanzó el amanecer, cuando el frío calaba los huesos y el pisco quemaba la garganta.

--- --- --- --- ---

No hay comentarios.: